Sobre el proceso de creación


A orillas del silencio surge de una necesidad propia y antigua de investigar el movimiento como materia que dice, que habla.
El texto que dispara la creación, es “Dificultades barrocas”; un texto en prosa de Alejandra Pizarnik (trabajado originalmente en el espacio compartido con la psicóloga Silvia Weitzman “Entre cuerpo y palabra”) en el que ella cuenta sobre su dificultad para decir ciertas palabras, y de cómo en esos momentos es el cuerpo el que “la toma” y empieza a decir, a “actuar” por ella.
Esta frontera, este borde entre dos experiencias del sujeto: su cuerpo y su palabra (dicha, no dicha, escrita), las interrelaciones, las contradicciones, y las afectaciones que produce, son el corazón del trabajo que fuimos desentrañando en un largo período de investigación, compartido con la dramaturga y directora María José Trucco.
Con ella emprendimos un proceso de colaboración artística mutua (en el que trabajamos paralelamente dos obras: “A orillas del silencio”, y “Espabilados”-que se estrenará en septiembre de este año, bajo su dirección-) y consistió, en una primera etapa, en leer material (Pizarnik), estudiarlo, extraer los asuntos relativos al cuerpo, llevarlos al cuerpo, proponer materialidades desde donde indagar acciones-asuntos, generar situaciones escénicas, y también ir descartando material, procedimientos, perspectivas.
Después de un par de meses de investigación, habíamos abierto un mundo en relación al cuerpo no lenguado y al cuerpo de lenguaje, el cuerpo que al momento de intentar reconocerlo, asirlo, se vuelve otra cosa; se traduce a través del lenguaje, que otra vez, es otra cosa. También, un manojo de contenidos (obsesiones) como “hablar”, “oír”, “escribir” que finalmente son parte de los lenguajes por los que atraviesa la obra y hablan de si mismos.
En este sentido, el proceso de creación fue enriquecido y “fragilizado” por la interacción con otros elementos escénicos, especialmente los video-poemas (realizados por la artista plástica Carola Reboredo sobre poemas de Pizarnik), ya que además de ampliar las dimensiones materiales y plásticas del trabajo, cumplen una función semántica. También, en relación a los sentidos a los que apelan los diferentes lenguajes, tienen un valor importante la iluminación (diseñada por Eduardo Safigueroa) y la música (compuesta y realizada por Miguel Rausch).
¿Cómo hablar de las dificultades de saberse más allá del lenguaje, de no poder habitar otra cosa que no sea el lenguaje? Y: ¿Cómo traer a Alejandra Pizarnik sin representarla, sin representar sus escritos?
Podríamos decir que la operación consistió en dejarse atravesar por ese mundo y que la forma que toma la obra habla de un proceso de construcción. Asimilar la palabra de otro, pasarla por el cuerpo, intervenirla.
Uno para saberse necesita de otro, de la palabra de otro, del cuerpo de otro. No hay uno si no hay un otro.
La última instancia en la que estamos trabajando en este largo proceso de experimentación, es el de indagar cómo otra performer, Gabriela Rodríguez, asimila la obra (en realidad ella no la recibe terminada, sino que a partir de la segunda etapa forma parte de las investigaciones coreográficas), cómo le pone el cuerpo, su cuerpo, su palabra. Si bien están trazadas las coordenadas en el mapa, su tránsito por los asuntos es diferente al mío. Ponemos en juego la subjetividad de cada una para explorar la escena como un espacio de experiencia singular, donde el performer no es un instrumento sino que termina de definir los relieves que tendrá el recorrido de la obra.

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